"Preferencia maligna" de Javier Montes de Oca R.
No habían dado las tres de la tarde en el viejo reloj de agujas que Matthew Graham tenía en su oficina, cuando aquella extraña figura atravesó el umbral de la puerta.
Aquel personaje dio unos cuantos pasos al frente y Matt pudo detallarlo bien. Pertenecía a la comunidad islámica por su característico turbante y su impecable traje blanco. Además contaba con un espeso bigote que adornaba su rostro. Se presentó ante él como Osama Bin Laden. Luego, vociferó rabiosamente unas palabras en su lengua natal, mientras gesticulaba amenazadoramente con su índice nudoso. Matt lo contempló con intriga. La expresión en su diplomática cara varió de inmediato y pulsó el botón de alarma que avisaba a la seguridad del dantesco edificio ubicado en la 5ta avenida en New York.
Pero, sin dejar rastro alguno, aquel misterioso miembro de la Organización de la Media Luna Roja se escabulló entre las cientos de personas que laboraban en las oficinas del piso 24. Matt no pudo tranquilizarse más. Tomó la taza de café de su escritorio y, sin poder dominarse, se la derramó encima del costoso traje que llevaba.
Una inesperada visita de un fundamentalista libio en un edificio oficial en New York, atestado de gente poderosa, no podía traer nada bueno. Matt Graham, quien rara vez fumaba desde su ascenso a un alto cargo, sacó un habano y temblando de miedo se lo llevó a los labios y lo encendió, después de algunos intentos fallidos.
Fue al momento de encender su tabaco cuando un infernal estallido apocalíptico retumbó en las paredes del rascacielos. Inmensas nubes de humo y polvo comenzaron a asfixiar a los presentes. La estructura del edificio crujió durante varios instantes. Lo que hacía segundos había sido un lugar normal de trabajo, se convirtió en una obra maestra de llanto, gritos y desesperación. Matt sintió la angustia y momentos de delirio surcaron sus visiones. Su sueño se estaba despedazando. El sueño de miles de individuos se derrumbaba a la velocidad que el edificio lo hacía.
En breves instantes, que a Matt le parecieron horas, se encontró en algún lugar desconocido para él. Era primero una imagen distorsionada en donde aún podía percibir el abrumador sonido de la destrucción y el caos. Pero, esta sensación de desolación y fracaso se fue disipando y sus ojos contemplaron algo que semejaba una niebla de color violeta. Se palpó el cuerpo buscando las heridas sangrantes y los huesos rotos. Su sorpresa fue máxima al verse intacto y resplandeciente. Ni un solo cabello se le había desprendido.
Entonces, supo que se encontraba en un lugar celestial, al cual los vivos no pueden acceder. Empezó a recorrerlo despacio, presenciando las maravillas más insólitas que jamás hubiera imaginado. Pero nuevamente su sonrisa se
desdibujó. Frente de su brillante silueta se encontraba otra aún más brillante. Matt comenzó a llorar con amargura y se desplomó en el floreado suelo. Osama Bin Laden se encontraba frente de sus narices, riéndose a carcajadas, sin mostrar ninguna compasión.
Junio de 2001.-
Aquel personaje dio unos cuantos pasos al frente y Matt pudo detallarlo bien. Pertenecía a la comunidad islámica por su característico turbante y su impecable traje blanco. Además contaba con un espeso bigote que adornaba su rostro. Se presentó ante él como Osama Bin Laden. Luego, vociferó rabiosamente unas palabras en su lengua natal, mientras gesticulaba amenazadoramente con su índice nudoso. Matt lo contempló con intriga. La expresión en su diplomática cara varió de inmediato y pulsó el botón de alarma que avisaba a la seguridad del dantesco edificio ubicado en la 5ta avenida en New York.
Pero, sin dejar rastro alguno, aquel misterioso miembro de la Organización de la Media Luna Roja se escabulló entre las cientos de personas que laboraban en las oficinas del piso 24. Matt no pudo tranquilizarse más. Tomó la taza de café de su escritorio y, sin poder dominarse, se la derramó encima del costoso traje que llevaba.
Una inesperada visita de un fundamentalista libio en un edificio oficial en New York, atestado de gente poderosa, no podía traer nada bueno. Matt Graham, quien rara vez fumaba desde su ascenso a un alto cargo, sacó un habano y temblando de miedo se lo llevó a los labios y lo encendió, después de algunos intentos fallidos.
Fue al momento de encender su tabaco cuando un infernal estallido apocalíptico retumbó en las paredes del rascacielos. Inmensas nubes de humo y polvo comenzaron a asfixiar a los presentes. La estructura del edificio crujió durante varios instantes. Lo que hacía segundos había sido un lugar normal de trabajo, se convirtió en una obra maestra de llanto, gritos y desesperación. Matt sintió la angustia y momentos de delirio surcaron sus visiones. Su sueño se estaba despedazando. El sueño de miles de individuos se derrumbaba a la velocidad que el edificio lo hacía.
En breves instantes, que a Matt le parecieron horas, se encontró en algún lugar desconocido para él. Era primero una imagen distorsionada en donde aún podía percibir el abrumador sonido de la destrucción y el caos. Pero, esta sensación de desolación y fracaso se fue disipando y sus ojos contemplaron algo que semejaba una niebla de color violeta. Se palpó el cuerpo buscando las heridas sangrantes y los huesos rotos. Su sorpresa fue máxima al verse intacto y resplandeciente. Ni un solo cabello se le había desprendido.
Entonces, supo que se encontraba en un lugar celestial, al cual los vivos no pueden acceder. Empezó a recorrerlo despacio, presenciando las maravillas más insólitas que jamás hubiera imaginado. Pero nuevamente su sonrisa se
desdibujó. Frente de su brillante silueta se encontraba otra aún más brillante. Matt comenzó a llorar con amargura y se desplomó en el floreado suelo. Osama Bin Laden se encontraba frente de sus narices, riéndose a carcajadas, sin mostrar ninguna compasión.
Junio de 2001.-
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