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Weblog del prof. Antonio Núñez Aldazoro (UCV)

Textos de mis alumnos

Gepetto, pobre Gepetto (Cuento de Zuhe Riestra, alumna de la Escuela de Comunicación Social de la UCV)

Gepetto, pobre Gepetto (Cuento de Zuhe Riestra, alumna de la Escuela de Comunicación Social de la UCV) Hace muchos muchos años en un pequeño pueblo vivió un humilde carpintero llamado Gepetto. Una noche, al salir de su taller, el carpintero tropezó con un objeto que había en el suelo, se agachó lentamente y aguzó la vista hasta que logró distinguir entusiasmado y sorprendido que lo que había golpeado era una botella intacta y llena de alcohol. Así, Gepetto emprendió su marcha hacia la taberna del pueblo donde se emborrachó como de costumbre. Pero aquella noche las sorpresas no habían acabado para él. Daniella, una de las chicas que trabajaban en la taberna, encontró muy atractiva la borrachera que esa noche agarró el carpintero. Lo tomó por un brazo y lo condujo, o lo arrastró, al piso de arriba, entraron a una habitación y tuvieron una noche de derrape y pasión.
Nueve meses más tarde, Gepetto encontró en la puerta de su taller a un pequeño niño envuelto en mantas. El bebé tenía una nota que decía: “Aquí te dejo a Pinocho. Daniella. PD: “Pino” porque sé que te gusta hacer muebles rústicos, y “ocho” porque esos fueron los minutos que te tomó hacerlo”. Consternado, Gepetto entró con el bebé en brazos a su casa. Puso la canastilla en una mesa y agobiado por sus problemas fue hacia la ventana donde se sentó a contemplar el cielo en busca de algún milagro que lo sacara de aquel apuro en el que se encontraba metido. De pronto, una luz intensa apareció en el cielo e interrumpió sus pensamientos. Gepetto, que había escuchado decir que sobre los cielos italianos había sido vista una misteriosa mujer, mejor conocida como “El Hada Azul”, que concedía deseos a los desesperados, cerró los ojos y pidió, con todas las fuerzas que tenía, su deseo. Al volver la cabeza hacia la mesa donde antes había estado un niño, observó maravillado que en su lugar estaba un pequeño tronco del más fino pino con el que el carpintero hizo luego un pisapapeles.

Y pensar que todo fue por culpa del pie (Cuento de Maried Velásquez. Alumna de Castellano II de la UCV)

Y pensar que todo fue por culpa del pie (Cuento de Maried Velásquez. Alumna de Castellano II de la UCV) Mientras limpiaba la biblioteca, un enorme diccionario cayó sobre su pie y éste engrandeció tanto, que el hombre de las nieves le hubiese podido prestar sus zapatos. No hubo hielo ni dencorub capaz de disminuir tal hinchazón. Así que, coja y adolorida, continuó haciendo sus labores cotidianas.
Un alarido descomunal retumbó en sus oídos, era Griselda, anunciando la llegada del príncipe. Ese día se colocaría la zapatilla de cristal a las doncellas con el fin de encontrar su verdadero amor.
No hubo necesidad de probar el delicado calzado a las horrendas hermanastras. El príncipe, al verla, se quedó asombrado con su cenicienta belleza y fue justo hacia ella. Se miraron, profunda y deseosamente. El tomó la zapatilla, ella le mostró su pie y él, al ver aquella pezuña tan monstruosa e inmensa, prefirió culminar su búsqueda en uno de los bares más cercanos.
Y así Cenicienta, cual novia de pueblo, tuvo que proseguir con su vida junto a sus hermanastras, madrastra y por supuesto con la gigantesca extremidad culpable de toda su desdicha.

"Preferencia maligna" de Javier Montes de Oca R.

"Preferencia maligna" de Javier Montes de Oca R. No habían dado las tres de la tarde en el viejo reloj de agujas que Matthew Graham tenía en su oficina, cuando aquella extraña figura atravesó el umbral de la puerta.
Aquel personaje dio unos cuantos pasos al frente y Matt pudo detallarlo bien. Pertenecía a la comunidad islámica por su característico turbante y su impecable traje blanco. Además contaba con un espeso bigote que adornaba su rostro. Se presentó ante él como Osama Bin Laden. Luego, vociferó rabiosamente unas palabras en su lengua natal, mientras gesticulaba amenazadoramente con su índice nudoso. Matt lo contempló con intriga. La expresión en su diplomática cara varió de inmediato y pulsó el botón de alarma que avisaba a la seguridad del dantesco edificio ubicado en la 5ta avenida en New York.
Pero, sin dejar rastro alguno, aquel misterioso miembro de la Organización de la Media Luna Roja se escabulló entre las cientos de personas que laboraban en las oficinas del piso 24. Matt no pudo tranquilizarse más. Tomó la taza de café de su escritorio y, sin poder dominarse, se la derramó encima del costoso traje que llevaba.
Una inesperada visita de un fundamentalista libio en un edificio oficial en New York, atestado de gente poderosa, no podía traer nada bueno. Matt Graham, quien rara vez fumaba desde su ascenso a un alto cargo, sacó un habano y temblando de miedo se lo llevó a los labios y lo encendió, después de algunos intentos fallidos.
Fue al momento de encender su tabaco cuando un infernal estallido apocalíptico retumbó en las paredes del rascacielos. Inmensas nubes de humo y polvo comenzaron a asfixiar a los presentes. La estructura del edificio crujió durante varios instantes. Lo que hacía segundos había sido un lugar normal de trabajo, se convirtió en una obra maestra de llanto, gritos y desesperación. Matt sintió la angustia y momentos de delirio surcaron sus visiones. Su sueño se estaba despedazando. El sueño de miles de individuos se derrumbaba a la velocidad que el edificio lo hacía.
En breves instantes, que a Matt le parecieron horas, se encontró en algún lugar desconocido para él. Era primero una imagen distorsionada en donde aún podía percibir el abrumador sonido de la destrucción y el caos. Pero, esta sensación de desolación y fracaso se fue disipando y sus ojos contemplaron algo que semejaba una niebla de color violeta. Se palpó el cuerpo buscando las heridas sangrantes y los huesos rotos. Su sorpresa fue máxima al verse intacto y resplandeciente. Ni un solo cabello se le había desprendido.
Entonces, supo que se encontraba en un lugar celestial, al cual los vivos no pueden acceder. Empezó a recorrerlo despacio, presenciando las maravillas más insólitas que jamás hubiera imaginado. Pero nuevamente su sonrisa se
desdibujó. Frente de su brillante silueta se encontraba otra aún más brillante. Matt comenzó a llorar con amargura y se desplomó en el floreado suelo. Osama Bin Laden se encontraba frente de sus narices, riéndose a carcajadas, sin mostrar ninguna compasión.
Junio de 2001.-

"El canto del pájaro" de Verónica Ríos

"El canto del pájaro" de Verónica Ríos Grito. El sonido retumba en cada una de las paredes del callejón que nos encierra. Mete sus dedos en mi boca para hacerme callar. Vuelvo a gritar y me ahogo. Me muevo bajo el peso de su cuerpo pero es demasiado para mí. Viene una arcada. Vomito. Me golpea una, dos, tres veces en el rostro. Siento el calor y la hinchazón en mis mejillas. Ojalá hubiese un solo rayo de luz que rompiese la inmensidad de esta oscuridad.
El piso está muy frío y él huele a sudor rancio. Quisiera anularme y que todo acabase. Su lengua babosa se arrastra por mi rostro limpiando el vómito que lo cubre. Mis ojos se inundan de lágrimas.
De repente me falta el aire. Pateo. Golpeo. Me duelen los pulmones. Siento la forma en que se rompe la carne de mi cuello. Arde. Mi cabeza está a punto de estallar.
Me desgarra. Me parte en dos. Lo siento dentro de mí y sé que desde ahora el dolor ya nunca más podrá abandonarme. Han pasado mil años y aunque ya comienzo a olvidar lo que es el aire, sigo luchando e hinco mis uñas en sus muñecas. Pero me obliga a abrir la boca y siento un gusano moverse dentro de ella. Lo muerdo. Lo muerdo con todas las fuerzas que me quedan y la sangre desborda mis labios. Él es el que ahora grita. Trata de levantarse de mi rostro, pero no lo dejo. Lo he atrapado por la que creyó su arma más poderosa, por la que creyó ser superior a mí.
Pero no puedo más y tengo que soltarlo. Él quita el alambre de mi cuello y se incorpora, aún gritando. Toso y el aire a mi alrededor no me es suficiente. Me patea el vientre, el pecho, el rostro. Sé que mis huesos ya no aguantan mis formas humanas y me convierto en una masa sanguinolenta.
Descarga la punta de uno de sus zapatos en mi boca y siento que se me quiebran las encías. Me trago uno de mis dientes y sobre mis labios la sangre mía se confunde con la de él.
Quisiera gritar pero estoy demasiado ahogada. A lo lejos oigo el trinar de un pájaro y sé por ello que está amaneciendo, pero tengo miedo de abrir lo ojos. No quiero quedarme con su imagen pegada en la mente. Mis latidos son tan fuertes que se oyen en toda la ciudad y pienso que pronto alguien vendrá.
Ya no tengo nada, ni siquiera instintos. Me encojo sobre mí misma y sé que en poco me diferencio de un feto.
Sale el sol, no hace frío. Él se ha ido. Yo también.

Mayo de 2001.-

"Moscas" de Andrés Pereira

"Moscas" de Andrés Pereira No sé por qué, pero todos están muy callados. Debe ser porque les gustó la comida que les preparé. Aunque no lo creo, porque todavía nadie ha tocado su plato. Siempre es lo mismo, lo que yo haga nunca le agrada a ninguno de ellos.
Ese silencio, silencio que no estoy acostumbrado a oír, me está ensordeciendo. No me deja pensar, me persigue. ¿Qué hace ese silencio aquí? Si estoy sentado en la mesa del comedor con mi familia y ellos siempre me están diciendo qué hacer. Siempre me están regañando. Debo hacer algo, mejor pongo algo de música para eliminar esa desagradable sensación y animar un poco el ambiente. Todos se ven tan tristes.
Hay tanto silencio. Con la mirada perdida en el infinito, me detengo al frente del equipo y me concentro sin querer oir ese sordo vacío que me abruma y atormenta. Pero al fin logro encender la radio.
La música nada hizo. Todo sigue igual. Le pregunto a mi madre si quiere bailar, pero ella no responde. Debe ser porque no ha terminado de comer. Pero me irrita pensar que ella me esté ignorando de nuevo. ¿Es que acaso se cree más que yo? Solamente porque tengo algunos problemitas. El doctor dice que me voy a curar en esa casa blanca grandota. Allí me siento bien. Yo estuve allí hace unos meses. Me gustó. Siempre repartían pastillas que relajan mucho. Se sentía rico.
¿Por qué ese eco en mis oídos otra vez? Si ya encendí la radio. Le imploré a mi hermana que me dijera algo, pero ni siquiera me miró. ¿Será que todavía está brava conmigo por burlarme de su silla? Yo sé que no debo burlarme de ella, porque tiene problemas en las piernas. Mi mamá me lo dijo. Pero yo sólo me meto con ella porque nunca me deja usar su silla. Sólo lo hace para molestarme, porque está celosa que yo si puedo correr y ella no. Lo que no saben, ni siquiera mi mamá, es que desde hace tiempo, cuando todos están durmiendo, yo agarro su silla y le aflojo un poco los tornillos. Un poco cada noche. Por eso se cayó la semana pasada. Creo que nadie ha sospechado de mí aún.
Ya terminé de comer, parece que nadie va a seguir comiendo. Mejor limpio de una vez la mesa y forro las camas de plástico, para que la sangre que fluye por sus cráneos no ensucie las almohadas, así como ya lo hizo la gotera que sale de la herida de la cabeza de mi padre. Ya está toda la alfombra empapada.
He sido poco precavido, debí poner una gasa en la boca a mi madre, ya que le cause una hemorragia interna cuando intentó defenderse. Esa hemorragia se exterioriza como sangre con bilis, es realmente repulsivo. Además, le corre el maquillaje. Debo limpiar todo. Ya estoy cansado de que las moscas merodeen la casa, me imagino que se sienten atraídas por el olor a sangre.

Junio de 2001.-