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Weblog del prof. Antonio Núñez Aldazoro (UCV)

Periodismo, el oficio más noble del mundo

Periodismo, el oficio más noble del mundo Tomado Prensa Latina
Escrito por Sergio Berrocal*

Estoy apabullado de indignación, que se me escapa por la estilográfica Mont Blanc que me ha regalado una admiradora y me llega al ordenador. En Estados Unidos, la profesión de periodista, la más noble del mundo, se ha convertido en un tira y afloja de reivindicaciones sindicales y una parte de los supuestos profesionales quiere abandonar la profesión porque trabajan demasiado, no tienen o poca vida familiar y les cuesta tomar vacaciones.

Un sondeo del Instituto Poynte dice que el 47 por ciento de esos presuntos periodistas piensan seriamente en abandonar este oficio.

Porque es un oficio, esforzado, mal pagado -salvo para las tres estrellas de la televisión que hacen espectáculo más que nada- y que pone en peligro hasta el seso vivo. Si esto hubiese ocurrido en otros tiempos, Jesucristo habría echado a latigazos del templo del periodismo a esos fariseos de la siniestra encuesta.

Recuerdo a periodistas que se han suicidado, otros que se han muerto de asco solos –al mejor de ellos le dio un infarto mientras veía desfilar las imágenes de un televisor— y los más que sufren problemas personales, familiares. Pero también sé de otros periodistas –entre ellos un servidor— que son felices y comen perdices con una profesión que llena varias vidas.

Todas las mañanas que Dios hace doy gracias por haberme permitido ejercer la profesión más maravillosa que pueda existir, la que permite zambullirse a diario en el mundo que la gente ve sólo en las películas –acuérdense de Humphrey Bogart o de Jack Lemmon, sin olvidar a Gregory Peck en Vacaciones en Roma— y de vez en cuando hasta podemos tratar o conseguir enmendar la página de la vida, de la injusticia, de la soledad.

Si no hubiese periodistas las espantosas tragedias del mundo serían ocultadas cuidadosamente bajo sus alfombras persas por esos siniestros personajes llamados diplomáticos. Si no existiésemos nosotros, los pobres de la información, que informamos, guiamos y hasta permitimos que los cerebros de la gente funcionen, la humanidad estaría perdida.

Pertenezco, con tanto orgullo que me da vergüenza, a la verdadera raza de periodistas, la de las agencias de prensa, esos mayoristas de la información sin los cuales la inmensa mayoría de los periódicos no podrían publicar más que páginas locales. Sin los cuales los países pobres (miren hacia Africa) no podrían dar a conocer su realidad ni tener ninguna información, que estaría probablemente en manos de radios, televisiones y periodicuchos a las órdenes del poder de turno.

La agencia de prensa es el orgullo del periodismo mundial. Sus periodistas son los menos conocidos, los más ignorados, los peor pagados y los que no solamente no tienen tiempo de tener esa vida privada que reclaman esas niñitas –la expresión es de un viejo compañero peruano de France Presse- que figuran en ese sórdido sondeo, sino que tienen una vocación de misioneros en Paupasia.

Durante cuarenta años me ha costado a veces, muchas, llegar a final de mes, me ha costado mucha vida familiar y no he visto crecer a mis hijas, pero he tenido la satisfacción de poder servir.

Cuando el Che fue asesinado en Bolivia, fuimos nosotros, a través de un corresponsal en La Paz que no reclamaba toda las tonterías de esos malcriados del sondeo, quienes dimos al mundo la primicia del fin de un hombre y del comienzo de un mito.

Cuando Kennedy fue asesinado a tiros en Dallas, fue un enviado especial de una agencia norteamericana que no se preocupaba porque llevaba trabajando probablemente más de lo que prevé la convención sindical quien se apoderó del teléfono que llevaba un coche en el que viajaban otros periodistas –estos últimos de diarios— quien dio la noticia en directo y relató la muerte como un partido de la NBA, con precisión y firmeza, sin que le temblara el pulso de la lengua.

Me dan asco estos norteamericanitos que hablan de abandonar el regalo que Dios les ha hecho. Si no fuera por otros periodistas yanquis que no piensan como ellos, George Bush pasaría hoy por Cristo redimido.

Me está pasando la indignación y llega el razonamiento. El problema es que quienes eligen esta profesión de dioses –la modestia no es mi mejor cualidad— creen que por entrar en un medio de comunicación van a poder serlos. Hay que ganárselo. En mi larga vida profesional –es lo único que tengo de largo y de orgulloso— he tenido oportunidad de charlar con jóvenes que querían estudiar periodismo, como si el periodismo se aprendiese en la escuela o en la universidad.

A uno de ellos le pregunté qué esperaba y sin pensárselo dos veces me respondió que se veía escribiendo editoriales y dirigiendo en cierto modo el mundo. Me hizo caso y hoy es publicista de éxito en una empresa de modelos de esas a las que un periodista de agencia nunca tiene acceso. A otro, era una deliciosa muchachita, le dije que se olvidase de su vida personal y de las convenciones laborales. Hoy enseña latín en un instituto.

Estos días presento en la Facultad de Ciencias de la Información de Málaga (Andalucia eterna) mi último ensayo publicado con el título de “Historias de periodistas”. Creo que me echarán a patadas porque lo primero que pienso pedir a los profesores –lo malo es que la mayoría no ha pasado por el periodismo y creen que saben lo que ni imaginan— que hagan pasar a sus futuros alumnos un examen “vocacional”. El que no lo apruebe que se vaya a estafar a una inmobiliaria o a publicar revistas del corazón si es capaz.

Y si quieren que les de algunos ejemplos de lo que significa ser periodista de agencia, sepan que Ernest Hemingway lo fue y que sus más bellas páginas las escribió cuando enviaba despachos sin tiempo ni sitio. En la AFP tuve como compañeros de mesa a los peruanos Mario Vargas Llosa y Juan Ramón Ribeyro, dos extraordinarios escritores que aprendieron el oficio hablando de la gente y dando cuenta a la gente de lo que ocurría en el mundo. Todo esto para decirles que el oficio de periodista, aunque no sea de agencia, es noble y maravilloso y en ningún caso está reservado a los tarados.

* Periodista y escritor español. Colaborador de Prensa Latina

1 comentario

Rosa Virginia Fagundez G. -

Hola, Antonio:
¡Qué respiro de alegría! por esas razones fue que siempre quise estudiar periodismo!!! Gracias porque esta lectura me ha hecho sentir tan bien, que me quitó un dolorcito de cabeza que tenía desde esta mañana. Seguimos a millón, con nuestra sombrita llamada estrés, pero qué sabroso es detenerse un ratico en alguna parada, como ésta, para respirar tranquilamente, leyendo un testamento que a veces uno cree que ni recuerda... Pero, ¡zás! apenas se escucha o se lee, se renace de las cenizas... GRACIAS!
Aprovecho para enviarte mi bitácora (la primera en que me aventuro), la cual había sido en principio con un objetivo y quedó finalmente con otro, pero me gustaría que cuando puedas le des un vistazo y me regales tus críticas para mejorarla, apenas estamos empezando!
Gracias y saludos,
Rosa Virginia