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Weblog del prof. Antonio Núñez Aldazoro (UCV)

"El canto del pájaro" de Verónica Ríos

"El canto del pájaro" de Verónica Ríos Grito. El sonido retumba en cada una de las paredes del callejón que nos encierra. Mete sus dedos en mi boca para hacerme callar. Vuelvo a gritar y me ahogo. Me muevo bajo el peso de su cuerpo pero es demasiado para mí. Viene una arcada. Vomito. Me golpea una, dos, tres veces en el rostro. Siento el calor y la hinchazón en mis mejillas. Ojalá hubiese un solo rayo de luz que rompiese la inmensidad de esta oscuridad.
El piso está muy frío y él huele a sudor rancio. Quisiera anularme y que todo acabase. Su lengua babosa se arrastra por mi rostro limpiando el vómito que lo cubre. Mis ojos se inundan de lágrimas.
De repente me falta el aire. Pateo. Golpeo. Me duelen los pulmones. Siento la forma en que se rompe la carne de mi cuello. Arde. Mi cabeza está a punto de estallar.
Me desgarra. Me parte en dos. Lo siento dentro de mí y sé que desde ahora el dolor ya nunca más podrá abandonarme. Han pasado mil años y aunque ya comienzo a olvidar lo que es el aire, sigo luchando e hinco mis uñas en sus muñecas. Pero me obliga a abrir la boca y siento un gusano moverse dentro de ella. Lo muerdo. Lo muerdo con todas las fuerzas que me quedan y la sangre desborda mis labios. Él es el que ahora grita. Trata de levantarse de mi rostro, pero no lo dejo. Lo he atrapado por la que creyó su arma más poderosa, por la que creyó ser superior a mí.
Pero no puedo más y tengo que soltarlo. Él quita el alambre de mi cuello y se incorpora, aún gritando. Toso y el aire a mi alrededor no me es suficiente. Me patea el vientre, el pecho, el rostro. Sé que mis huesos ya no aguantan mis formas humanas y me convierto en una masa sanguinolenta.
Descarga la punta de uno de sus zapatos en mi boca y siento que se me quiebran las encías. Me trago uno de mis dientes y sobre mis labios la sangre mía se confunde con la de él.
Quisiera gritar pero estoy demasiado ahogada. A lo lejos oigo el trinar de un pájaro y sé por ello que está amaneciendo, pero tengo miedo de abrir lo ojos. No quiero quedarme con su imagen pegada en la mente. Mis latidos son tan fuertes que se oyen en toda la ciudad y pienso que pronto alguien vendrá.
Ya no tengo nada, ni siquiera instintos. Me encojo sobre mí misma y sé que en poco me diferencio de un feto.
Sale el sol, no hace frío. Él se ha ido. Yo también.

Mayo de 2001.-

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